Hace poco me abrí un Instagram, en aras de darme a conocer.

Fui a regañadientes, sintiendo que estar allí y creer que uno se puede auto-proteger fácilmente del impacto es una expectativa poco realista.

He vuelto a comprobar que el único método que me funciona con las redes sociales es no estar, no tener cuenta, o poner muchas barreras: No tener la aplicación instalada, no estar conectado, ni siquiera en el navegador.

¿Y por qué me importa tanto protegerme de esto?

Porque me voy de mí cuando entro en el juego de deslizar. Y las tecnologías, para mantener nuestra atención, han aprendido profundamente de cómo funciona nuestro cerebro. Están diseñadas para ganar el juego, la gran mayoría de las veces. En mi experiencia, confiar solo en la fuerza de voluntad para «moderar» nuestro consumo puede ser un desafío mayor de lo que parece.

Y sí, la gente está allí.

Y sí, el algoritmo encuentra la manera de mostrarte eso que te interesa a ti.

Creo que podemos dar un paso adelante y ser responsables de cómo creamos nuestro mundo, poniendo límites claros a lo que sentimos que no nos beneficia. A pesar de lo inconveniente que puede resultar ir contra corriente, hay otros caminos que podemos abrir. Podemos resistirnos a lo establecido, rebelándonos pacíficamente. Abriendo vías alternativas, quizás más sanas, podemos satisfacer estas necesidades que tenemos como sociedad sin sacrificar algo tan valioso como nuestra presencia.